Se levantó temprano y desayunó junto a su familia. Salió de su casa ubicada en las Lomas de San Isidro y, acompañado por su hijo Lucas, partió rumbo al predio de Ezeiza a bordo de su Mercedes Benz azul oscuro. No era un día más en la vida de Daniel Alberto Passarella. Era el día en que oficialmente dejaría de ser el técnico de River.A las 9.30 llegó al campo de entrenamiento. La decisión de dar un paso al costado ya estaba cocinada desde anoche, cuando Mario Cuenca –el arquero de Arsenal- sentenció la eliminación de River en las semifinales de la Copa Sudamericana. Reunió a todos los integrantes del plantel y durante ocho minutos brindó una emotiva charla de despedida. Paradójicamente, en ese vestuario no se encontraba Ariel Ortega, el hijo futbolístico del técnico: el Burrito sufrió un esguince de rodilla al chocar contra San Martín y estaba recuperándose en el club.Afuera, los periodistas estaban a la expectativa de lo que iba a suceder. Con el correr de los minutos el panorama se fue aclarando, y ya comenzaban a sonar los nombres de los posibles sucesores del Kaiser. El Tolo Gallego encabezó la lista, seguido bien de cerca por Diego Simeone. ¿Otras posibilidades que se barajaban? Ramón Díaz y Carlos Bianchi, en ese orden.Dos caballetes sostenían la tabla de madera que fue utilizada como escritorio para la conferencia de prensa. Que en realidad no fue tal, porque el técnico impidió que se le formularan preguntas. Ahí, bajo un cielo totalmente despejado, Passarella daría su discurso. Había cuatro sillas ubicadas, aunque sólo estuvo acompañado por Oscar Vázquez, el coordinador del plantel y mano derecha del entrenador."No sé qué pasa que hay tanto revuelo", dijo apenas llegó y se encontró con medio centenar de personas (entre cronistas, camarógrafos y técnicos) delante suyo. Y comenzó a hablar. Esta vez no hubo carta, como aquel viernes 25 de mayo en el que prometió que si no ganaba ningún título en 2007 se iría del club. "Me traje un machete para recordarme lo que voy a decir", avisó."Me voy porque me comprometí públicamente con el socio y con el hincha de River verdadero. Mi palabra es inquebrantable. Lo hago conmucho dolor y tristeza, pero quiero sentirme íntegro y totalmente tranquilo de haber cumplido con lo que prometí", declaró casi a punto de quebrarse.Sus palabras no duraron más de siete minutos. Con un impecable saco marrón y anteojos se levantó y se dirigió hasta su auto. Saludó, aceleró y se marchó. "No me voy por miedo. Al contrario, siempre me gusta redoblar la apuesta", había manifestado segundos antes. En esta ocasión Passarella quedó esclavo de sus palabras y sin más fichas para arriesgar. No va más.
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