jueves, 15 de noviembre de 2007

Arsenal festejó en la angustia de los penales


Constantemente se pide no hacer del fútbol un drama. Si bien no lo era el choque entre River y Arsenal, se jugaba por algo más que el pase a la final de la Copa Sudamericana. Passarella había sido claro cuando dijo que si no ganaba un título antes de fin de año se iba. Por eso, su ciclo pendía de un hilo en la noche del Monumental. Mucho color, expectativa máxima y el mal estado del césped en Núñez, costumbre en los últimos partidos, eran parte de un marco que elevaba las emociones a gran escala. El local insinuó un arranque a pura actitud, pero enseguida se vino abajo. Claro que tuvo méritos el equipo de Alfaro, destacado por el orden táctico antes que nada. Corría el minuto dos, no se habían acomodado en el campo. Biagini superó la marca de Ahumada y, cuando parecía que perdía la pelota, le dio de cachetada. El zurdazo encontró adelantado a Carrizo y rebotó en el travesaño. En el comienzo, la visita se afianzaba en un terreno que, por los cráteres, se asemejaba más a La Luna que a una superficie para hacer deporte. La respuesta no tardó en llegar. Lima hizo un pase exquisito, casi desde el círculo central, y Belluschi apareció solo, por atrás de Matellán. El ex Newell's se metió en el área, se acomodó y definió con cara interna. Apenas al lado del palo derecho de Cuenca. El miércoles venía normal. Hasta que, poquito antes de los veinte, Ortega chocó con San Martín y sufrió una molestia en la rodilla izquierda. Rengueó, probó, salió y no volvió. Los planes de Passarella cambiaban. Entraba Rosales, que bien podía aportarle desborde y vértigo en ofensiva a un River que, por momentos, abusaba de la individualidad. Pasado el promedio de la etapa inicial, Arsenal aguantaba la presión millonaria y buscaba lastimar de contraataque. Un centro de Biagini desde la izquierda se cerró y complicó a Carrizo. Igualmente, el arquero contuvo sobre la línea. El local intentaba calzarse la pilcha de protagonista ante un público que, lentamente, perdía la paciencia. Nasuti peinó un tiro libre de Belluschi y Ahumada no logró conectar. Al ratito, el propio Belluschi, poco inspirado, remató dos veces de media distancia. La primera, sin puntería. Después, Cuenca resolvió con autoridad. El entretiempo arribó vestido de tensión, nervios e incertidumbre generalizada. El cero a cero, mismo resultado de la ida, forzaba los penales. Otro empate clasificaba a los de Sarandí. Y el triunfo, lógicamente, les daba el desahogo y la alegría a los dos. A descansar, si es que la ansiedad lo permitía. Una desconcertante pifia de Tuzzio le dio la bienvenida a la segunda parte. El defensor falló, se cayó y Carrera, solito y solo, increíblemente la tiró afuera. El cachetazo despertó a River, que salió del fondo y fue por la apertura del marcador, entonado por el aliento de sus hinchas. Así, tuvo un par de chances interesantes. A la salida de un tiro de esquina desde la izquierda, Lima anticipó a todos y cabeceó. Un rechazo justo salvó a Cuenca. Y en la siguiente, Ferrari le ganó a Christian Díaz por derecha, tocó atrás y Buonanotte limpió hacia la medialuna. Lima sacó un tremendo latigazo de zurda y provocó una atajada fenomenal de Cuenca. El partido entraba en zona de definición y la temperatura subía ininterrumpidamente. Buonanotte tuvo una inmejorable. Le quedó la pelota abajo del arco luego de un remate de Belluschi y no pudo meterla, de derecha. A poco más de veinte para el final, Passarella hizo el segundo cambio. Zárate entró en lugar de Ríos. Y Alfaro, tras un cabezazo muy alto de Calderón, mandó al Papu Gómez por Biagini. En la primera que tocó, Roly desbordó por derecha y envió un buen centro, cayéndose. Rosales puso la testa y Cuenca volvió a demostrar su solidez. Con un asedio casi desesperado, River fue a cercarle todos los caminos de salida a un rival que se abroquelaba atrás y esperaba el momento para la contra. A diez del cierre, estuvo al borde de caer la valla de Cuenca, en dos ocasiones. Un disparo de Belluschi se desvío y la bola le guiñó el ojo al poste izquierdo del arquero. Después, Buonanotte le reventó la cabeza a Mosquera. Pero ese castillo que estaba construyendo el Millo para acercarse al gol se derrumbó en una patada terrible de Ahumada a Gómez. Baldassi lo expulsó correctamente. Incluso con diez, lo que quedó hasta el pitazo del árbitro fue de los de Passarella. Cuenca, figura, descolgó un excelente remate de Belluschi, a colocar. En la última, Augusto Fernández no consiguió darle con precisión. No hubo vuelta que darle. La igualdad vacía de gritos condujo inevitablemente a la vibrante batalla de los penales. Sin importar la camiseta, llegaba la hora de sufrir. Los aciertos de Calderón, Yacuzzi, Casteglione y Cuenca, héroe absoluto, reeditaron la noche del 30 de septiembre de 2004, por la misma competencia y en el mismo escenario. Aquella vez, el 0-0 clasificó directamente a la visita, que hoy, tres años más tarde, alcanzó la final de la Sudamericana en un logro histórico. Sin dudas, el más importante de su corta vida. Belluschi y Lima fallaron en River, que mereció mejor suerte en el tiempo reglamentario pero pecó de ineficaz y debió rendirse ante un equipo que, a esta altura, lo tiene de hijo. Además, tres temporadas sin festejos grandes empiezan a anunciar la salida de Passarella. ¿Se irá? Lo de Arsenal fue brillante. Fabuloso. Fantástico. Millones de adjetivos cabrían para definir la proeza de este grupo que gestó Alfaro, que está a 180 minutos de un título internacional. América de México, el próximo y último escalón. La ilusión es inmensa. El sueño, inevitable. Y está bien. Le sobran los motivos.

clarín