miércoles, 21 de noviembre de 2007

Mañana llega Jimena Vicario, una de las nietas recuperadas por Abuelas de Plaza de Mayo


Con motivo de las actividades conmemorativas de los 30 años de la Fundación de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, llegará mañana a nuestra ciudad Jimena Vicario, que es una de las nietas restituidas. La visitante ofrecerá una charla en el auditórium de la Facultad de Ciencias Veterinarias desde las 20. El evento fue declarado de interés por el Concejo Deliberante que auspicia dichas actividades con Corpico y la Municipalidad, en tanto que el viernes 23 a las 11 se inaugurará el Mural de Abuelas que se está pintando en la nueva Terminal de Omnibus. Jimena Vicario fue restituida el 3 de enero de 1989, es nieta de la rosarina Darwinia Gallicchio, integrante de Abuelas de Plaza de Mayo y empezó la secundaria en el muy rosarino Normal 3, a los 13 años, cuando recién había retornado a la ciudad de sus padres. "No entendía nada, estaba perdida", recuerda Jimena, quien nació en el Hospital Italiano de Rosario y vivió 8 meses en la ciudad, hasta que su madre viajó a Buenos Aires con ella en brazos en busca de un pasaporte salvador. Se metieron en la boca del lobo. La gestión falló y derivó en el secuestro y la desaparición definitiva de su madre. Jimena fue a parar a la Casa Cuna de Capital Federal, y luego a una adopción plena que, sin embargo, tuvo un punto oscuro. Nadie investigó cómo ni por qué esa beba de 8 meses llegó ahí, a la puerta de la Casa Cuna, abandonada. "Cuando supe de mi historia el juez me restituyó a Rosario, a vivir con mi abuela. Tenía 13 años y me costó mucho adaptarme, integrarme. Viví dividida entre la semana y el fin de semana, que era cuando me volvía a Buenos Aires y visitaba a mi madre de crianza", memoró Jimena. La historia empieza el 30 de agosto de 1974 cuando Juan Carlos Vicario y Stella Maris Gallicchio se casaron en Rosario. El padre de la novia le hizo prometer a Juan Carlos que abandonaría toda militancia política, la que lo había llevado a estar detenido durante el gobierno de Lanusse. Juan Carlos cumplió pero, sin embargo, cuando llegó marzo del '76 decidieron irse a España. Estaba todo preparado para ser recibidos en el país que, por su lado, abandonaba una dictadura de casi cuarenta años. Los padres de Ximena tenían un negocio de artesanías en una galería tradicional del centro de Rosario. Habían dejado la Facultad de Humanidades donde estudiaban porque las persecuciones ya no les daban respiro. "Mi mamá no tenía militancia política, venía de una familia tradicional, católica...Pero igual querían irse, criticaban la aceptación de la gente al gobierno militar". Fue así que la madre de Jimena decidió ir a Buenos Aires a tramitar el pasaporte. Partió hacia la Capital Federal el 5 de febrero de 1977 con su hija de 8 meses, acompañada de un empleado del negocio familiar. En pocos instantes, la misma escena que se repetía impunemente en una Argentina paralizada por el terror se desencadenó. "Esperáme cinco minutos que entro a preguntar por el pasaporte de Juan Carlos" fueron las últimas palabras que Stella Maris le dijo al joven que la aguardaría con Jimena. La mamá, de 23 años, nunca saldría del recinto de la Policía Federal. Posteriormente, un policía preguntó a los que integraban la fila: "¿Quién tiene a la niña Jimena Vicario?". El joven entró con Jimena en brazos y nunca más apareció. En Rosario la situación era igualmente dramática para la familia Gallicchio-Vicario. Los familiares de Buenos Aires llamaron por teléfono preguntando por qué no había llegado Stella Maris: la esperaban para cenar y hospedarla junto a su beba. Pero por esas horas el terror se enseñoreaba también en casa de Juan Carlos. La Policía de la provincia de Santa Fe había ingresado a su domicilio, lo había secuestrado y luego de encerrar a la abuela de Jimena, procedieron a desvalijar la casa. Se llevaron todo. La agenda que reposaba en la mesa del teléfono marcó también el destino de varias personas más que hasta hoy se encuentran desaparecidas. Años después, Jimena pudo relatar con total entereza que aún conserva algunos de los registros del horror de ese día: "Tengo una batita mía marcada con la pisada de una bota". También atesora la guitarra de su padre, destrozada". La abuela de Jimena, Darwinia Mónaco de Gallicchio, comenzó la búsqueda desde ese mismo día y nunca más paró. Su marido, presa de una aguda depresión, murió en 1978. Luego del secuestro, Jimena fue dejada en la Casa Cuna de Buenos Aires. Una empleada del sector de hematología la llevó a su casa, en la cual permaneció hasta mediados de 1983. A fuerza de esperanza, Darwinia comenzó a trabajar con Abuelas y después también tomando denuncias en la CONADEP. Sin embargo nunca hubo datos ni testimonios de alguien que hubiera visto a su hija, su yerno y su nieta en algún centro de detención. Con el advenimiento de la apertura democrática, y a raíz de una denuncia efectuada en Abuelas de Plaza de Mayo, Jimena fue localizada en Buenos Aires, en casa de la hematóloga, quien ostentaba una adopción plena de la niña con un nombre cambiado. "Cuando fui localizada, mi abuela preguntó por el color de mis ojos. Conservaba la idea de los ojos grises que yo tenía cuando era bebé", contó Jimena. El tiempo retrocede hasta sus primeros recuerdos: "Tengo memoria de un cuento que nadie en mi familia recuerda haberme leído. El cuento relata la historia de unos niños a quienes el guardián de la plaza les escondía todos los juguetes, pero tenía final feliz: los encontraban", sonríe. "La que me leía ese cuento era mi mamá: la voz que registro tampoco es la de nadie que conozca". La batalla judicial comenzó y la ferocidad mediática tampoco se hizo esperar; los análisis de ADN dieron la confirmación de la filiación, aunque otras cosas, que nada tienen que ver con certezas científicas, también indican lo irrefutable del lazo: durante la primera visita que le hizo a Jimena, su abuela Darwinia llevaba puesto un pendiente con el que la nena solía jugar cuando era bebé. Al verlo, Jimena tomó el collar y comenzó jugar con él de inmediato. "Mi idea era que algo grave les había pasado a mis padres. Seguramente esa era la causa del por qué ellos no podían ir a buscarme". Ese sentimiento es coincidente en el relato de muchos de los hijos de desaparecidos. La adaptación a su familia de sangre no fue fácil: "Fui reconstruyendo mi identidad. Antes me faltaban varios años, hoy he achicado esa brecha de la memoria. Y seguimos trabajando con Abuelas para encontrar a los chicos que todavía faltan".

la reforma